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Tesina de grado

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Diario de viaje / Libro de artista

Fotografías

miércoles, 6 de junio de 2007




































Sobre el Arte Corporal


Por María de los Angeles Crovetto

El objetivo es reflexionar sobre los alcances del body art o arte corporal a través de una investigación sobre las artistas María Abramovic, Orlan, Vanesa Beecroft, Ana Mendieta y Gina Pane; el trabajo no pretende hacer una engorrosa reseña biográfica de cada una de las artistas sino que más bien, basándose en lecturas a cerca de sus respectivas carreras artísticas, nos permitimos un discernimiento y una toma de posición frente a esta nueva categoría artística que implica al cuerpo como nuevo soporte del arte visual.
Lo que en primer lugar se nos presenta es el concepto de cuerpo y su uso que permite destacar precisamente un arte corporal; encuentro un trasfondo teórico-filosófico que configura esta nueva concepción del cuerpo en la filosofía existencialista que borra la clásica escisión entre cuerpo y espíritu, entre materia y alma, constituyendo una unidad indivisible en donde la existencia precede a la esencia y la acción es su realización ontológica. Es el cuerpo que realiza una acción que nos constituye en sujetos morales. La realización de una acción es el medio para llegar a ser e implica una noción ética del sujeto: somos responsables no sólo de lo que elegimos hacer sino que además configuramos a los otros a partir de esta decisión, estamos condenados a ser libres.
De esta manera no llama la atención que se planteen en los terrenos del arte nuevas formas y medios expresivos en el que el eje central sea el cuerpo y la acción con un fin común a todas las artistas abordadas, por demás moralizante y de toma de conciencia.
En el gran espectro de la acción y la utilización del cuerpo encontramos matices que diferencian a estas artistas. Por ejemplo María Abramovic elabora performances en las cuales, a través de una iconografía cristiana ya osificada, inserta una nueva connotación simbólica en la mixtificación de los mismos, planteando cuestionamientos de carácter universal sobre los sentimientos humanos a través de un discurso coreográfico. Se trata de sentir al mundo con la experiencia personal del cuerpo. Abramovic indaga en los límites de la resistencia moral y física, reflexionando sobre los patrones de comportamiento de la mente y el organismo.
La artista concibe la performance como un espacio para la liberación de los fantasmas personales, pero también como un modo de relacionarse con la realidad. Esta presente la idea del ser humano despojado a su libre albedrío, tanto en la exploración del terreno psicoanalítico y auto-referencial como en la conexión y su interpretación del mundo; la traslocación de la iconografía cristiana es un útil recurso visual de shock para convocar a una interpretación multívoca y promover a través de la polémica una reflexión profunda sobre los distintos temas propuestos.
La siguiente fotografía muestra una de las acciones de María Abramovic llamada La Piedad en el transcurso de su segundo acto; puede visualizarse tanto el carácter teatral y coreográfico de sus realizaciones como la referencia a el tema de tradición cristiana elegido.
El caso de Orlan abre nuevas puertas a la discusión sobre la inevitable y necesaria ética del arte hasta alcanzar una reflexión sobre los mismos límites que lo demarcan. Es imprescindible que el ámbito de la libertad que posee sea consciente de sus límites, que no son más que los subyacentes en toda sociedad, y que en este caso están adormecidos por el requerimiento de excentricidad que requiere un sin límite a los artistas. El gran problema del arte es que, la libertad en la construcción de una opinión resguardada en la democracia, encuentra un freno al momento de su materialización en la praxis. Lo que está en juego no es la libertad del arte, sino la del hombre. Es necesario no perder la realidad del arte para poder criticar desde el arte la realidad.
“A veces percibo vislumbres del horror que conlleva la normalidad. Todos estos inocentes que nos encontramos por la calle están agobiados por el terror de su propia vulgaridad. Harían lo que fuera con tal de ser únicos.” Orlan.
Orlan mantiene en su excéntrica personalidad y por lo tanto en sus realizaciones una extraña consideración de la vida y una innegable negación de la muerte, lo que borra todo vestigio de humanismo, aún cuando explica sus ideas humanistas sobre lo aparencial del mundo contemporáneo, el poder opresor de la belleza instituida, además de establecer un discurso de género. Su arte performático consiste en establecer su cuerpo como soporte de sus ideas sobre el mundo, en especial sobre la belleza infringida tortuosamente sobre las mujeres; llevando a cabo cirugías estéticas sobre su cuerpo ejecuta transformaciones en su apariencia asimilándose a ciertos personajes de la historia del arte, estandartes de la belleza de época en diversos sentidos. La intención es establecer una crítica al requerimiento capitalista de la sociedad de consumo de no ser vulgares; Orlan responde a estas relaciones de poder instituidas con su propio cuerpo alcanzando la exigida acomodación de las verdaderas particularidades identitarias a nivel aparente, a los cánones establecidos de belleza global. Para ello la artista hace uso de los avances tecnológicos, cayendo en una tecnolatría , exacerbando el lenguaje artístico y concluyendo en una vejación del cuerpo propio e idealmente el de la humanidad. Poner el cuerpo por una idea no es desafortunado, siempre y cuando esa idea sea a partir de la dignidad humana. La respuesta “artística” de Orlan no es concientizadora ni transformadora si rompe con ciertas reglas que hacen al arte y que tienen que ver con los rasgos ilusorios y ficcionales. No permite ningún efecto catártico que mediatice la imagen morbosa de su carne en un quirófano. La artista no acepta renunciar a nada, quiere convertirse en su propia madre y en su propio producto, demuele la frontera de los sexos, niega la falta, no hay carencia, ni muerte... la ciencia brinda esperanzas y, “si tengo que morir, demostraré que soy una artista hasta el final”. El arte como subsistema social también corre el peligro del fundamentalismo, esta artista es muestra de ello. La legitimación de estos no-límites del arte es tanto responsabilidad de la artista misma como de los lugares de circulación que avalan y apoyan estas nuevas concepciones que exceden al arte mismo.
“Es terrible tener que envejecer y morir. No lo acepto, no, nunca lo voy a aceptar.” Orlan.
Por otro lado encontramos a Ana Mendieta, artista cubana y exiliada en EE.UU, quien también trabaja con el cuerpo emparentando gran parte de su trabajo no sólo con cuestiones de género sino también con la relación del hombre con la naturaleza.
Es preponderante la fascinación por la sangre como elemento presente en sus acciones marcando una gran parte de sus obras principales. Se percibió a la sangre como algo mágico y poderoso. Algunas de sus obras que incorporan la sangre se refieren a violaciones cometidas contra mujeres. Otras reflejan el poder de la sangre como símbolo en el catolicismo y en civilizaciones pre-hispanas. Incorpora también su cuerpo a la naturaleza apareciendo desnuda, involucrándose con la tierra creando imágenes de diosas ancestrales. Su obra ahonda en cuestiones actuales como la ecología y el feminismo. Le interesaba examinar los sistemas de categorización social -género, raza, clase - en toda su complejidad, de manera que provocaba con su obra sensaciones extremas que iban de lo místico a lo escatológico.

Mendieta tiene puntos de contacto con las artistas anteriormente mencionadas pero mantiene una concepción estética del resultado visual no olvidando el carácter ficcional del arte, haciendo efectiva su función moralizante.
La Artista Vanesa Beecroft sigue la línea conceptual de las artistas comentadas explorando en su trabajo el cuerpo de la mujer desnuda en busca de los distintos roles femeninos en lo social, pero también en lo estético y lo ritual. El recurso habitual que la artista utiliza en sus performances es la de componer cuadros vivientes expuestos por modelos que posan desnudas en una atmósfera calculada que tiene reminiscencias iconográficas bíblicas dignamente resignificadas. Otro elemento destacable es la importancia del tiempo en la acción, ya que va marcando una vivencia real de la misma. Los modelos expuestos van atravesando distintas posturas que se vuelven naturalmente a poses más distendidas hasta llegar al cansancio; esto muestra cierto rasgo de decrepitud y de fugacidad de la belleza postulada en los cuerpos desnudos.

Fotografías de performances de Vanesa Beecroft.
Por último mencionaremos a la artista Gina Pane que incursiona en sus acciones respecto de la eliminación de lo gestual del lenguaje teatral, que sí es observable en Maria Abramovic. Sus acciones son de carácter intimista con un trasfondo ritual que no esta alejado de cuestiones concernientes al ámbito psicológico pero que no dejan de tener connotaciones políticas y contestatarias en la construcción del mensaje. Como hemos visto anteriormente también se hace presente la cuestión del género femenino de manera reivindicativa, incluso llegando a hacer acciones pensadas sólo para este público.
El punto distintorio en su trayectoria es la recurrencia en la producción de heridas a su propio cuerpo en distintas zonas, resignificadas de manera simbólica, pero expuestas en la veracidad del borramiento de la teatralidad performática. La agresión y el dolor al cuerpo que ella misma se aplica son reales y en este punto se asemeja a la crudeza que propone Orlan, aunque no llega a límite patológico. Las heridas en su cuerpo respondían más bien a la necesidad de una rebeldía personal también alejada del quehacer artístico y avalada por los ámbitos de legitimación.
Imagen de Acción Sentimental de Gina Pane
Considerando las distintas propuestas mencionadas sobre el arte corporal es interesante destacar la ampliación de los medios expresivos a través del cuerpo como soporte, enmarcado dentro de la acción performática, siempre y cuando el arte promovido, aún cuando llegue a mostrar la muerte como eje temático, no sea transformado en verdugo de la condición humana. Ejercer la función transformadora del hombre a través del arte es indiscutible. Ejercer la función transformadora del arte a pesar del hombre es moralmente cuestionable. AÑO 2006

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