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miércoles, 6 de junio de 2007

Sobre la arquitectura del barrio de La Boca

Arquitectura del Barrio de La Boca, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina

Por María de los Angeles Crovetto

Introducción

Vamos a desarrollar un análisis sobre la significación de los espacios habitacionales en el inicio de la ola inmigratoria argentina, enmarcando este fenómeno en el barrio porteño de la Boca.
A partir de la fundación efectiva de Buenos Aires, se registran ya precarios asentamientos en la zona del Riachuelo y sus orillas que posteriormente y a causa de su natural accidente geográfico con forma de boca, se le brindará dicho nombre a esta zona. Ya en sus inicios se registra la presencia de genoveses en la zona, debido a que la región italiana de origen, Génova, era una zona muy comprometida con la naviera empresa de la expansión colonial.
Con la transformación lógica de este territorio debido a la conformación del Virreyinato del río de la Plata, la posterior emancipación del territorio ahora llamado república Argentina y sus procesos de organización nacional y conformación total de sus esferas constituyentes tanto en lo político, económico, social como cultural, influenciaron y germinaron en la zona de La Boca para otorgarle a esta tierra anegadiza una particularidad excepcional que hace que hoy intentemos abordarla desde una búsqueda de la identidad local y propia que es necesario reconocer.
En el marco temporal mencionado anteriormente, el eje del análisis seleccionado es la transformación en la mentalidad de la sociedad porteña, y por consiguiente, la traslocación de la significación y del simbolismo en la arquitectura. Para evidenciar estos cambios tomaremos ejemplos que forman parte del relevamiento del patrimonio de la Ciudad de Buenos Aires, realizado con estos fines;
La elección de la temática y el camino a seguir en este análisis se fundamenta en la necesidad de la comprensión y de la valoración de nuestro patrimonio cultural, constructor de una identidad colectiva que nos pertenece y nos es debida.
Es interesante ahondar en las categorías de lo sagrado y lo profano, del espacio interior y el exterior para encontrar las respuestas particulares de nuestra región cultural producidas por la unicidad de los factores espacio-temporales y sociales, que marcan una diferencia respetuosa de los otros culturales otorgando una fuente inagotable de estudios e investigaciones de mayor envergadura, desde un enfoque historicista, antropológico, sociológico y filosófico. Creo posible la realización de un análisis interdisciplinario para no caer en reduccionismos.


Desarrollo

La arquitectura colonial del siglo XVIII en Bs. As. es el resultado de varios factores: por un lado, la tecnología constructiva y por el otro, la funcionalidad teleológica que persigue.
Los recursos naturales disponibles en el siglo fundacional, el siglo XVI, son muy escasos y no contribuyen a un desarrollo arquitectónico perdurable, prevaleciendo la precariedad regional en todos los aspectos, incluidos los urbanísticos. Es así como las edificaciones de cualquier índole se construyen a base de barro y paja (dada la inexistencia de piedra y madera buena), de paredes muy anchas para acrecentar su resistencia, con aberturas mínimas incluyendo la entrada al solar. Por lo tanto, es preciso decir, que no quedan oportunidades para el desarrollo de la ornamentación de las fachadas, tanto en la arquitectura religiosa como civil.
Ya en el siglo XVIII se disponía de nuevos materiales como la cal, el ladrillo y la teja tipo europea, sosteniendo la nueva arquitectura más conocida como colonial en el ámbito civil y en el religioso. La labor de la Compañía de Jesús fue importantísima en el trazado y en las proyecciones de edificios religiosos y civiles, además de los aportes de arquitectos portugueses, en la renovación constructiva de Buenos Aires.
El período que sigue en nuestro análisis, si bien no es de nuestro interés para el eje seleccionado, no podemos dejar de mencionarlo, para poder entenderlo como parte de un proceso. Ya a principios del siglo XIX, con el advenimiento de la Revolución de Mayo de 1810 y la posterior independencia argentina en 1916, se suceden cambios estilísticos que responden a una búsqueda, equivocada o no, de lo nacional, cayendo siempre en la centralización ciega de la cultura porteña como cultura nacional, esa era la visión centralista de Buenos Aires. El progreso de la actividad portuaria y comercial de Buenos Aires influye en el fortalecimiento de las aristocracias divididas en las provenientes de familias patricias, de estirpe de fundadores, y la de los nuevos ricos que ascendían de posición social debido al progreso económico.
Estas luchas por el reconocimiento y diferenciación de las distintas clases sociales que convivían influenció en la transformación urbanística; las familias adineradas que habitaban en la zona sur de la ciudad, se muda a la zona norte, el centro de la ciudad se expande, más allá de la plaza mayor, se crean centros suburbanos de gran importancia como Recoleta, Belgrano y Palermo. Pasamos a través del siglo XIX por el pos-colonialismo en donde intervienen las corrientes neoclásicas, neo-coloniales hasta que llegamos aproximadamente en el año 1880 a la corriente denominada eclecticismo que tuvo tantas variantes como tendencias.
El eclecticismo forma parte del lenguaje modernizador que requería la Buenos Aires de fines del siglo XIX. Dado el vertiginoso aumento de la población urbana, producido por la inmigración, la federalización de Buenos Aires y el auge del modelo agro-exportador como modelo económico de apertura al mercado internacional, la nueva sociedad en proceso de amalgamamiento, con residuos culturales, con sus incorporaciones y rechazos clasistas requieren una nueva imagen que las identifique. Buenos aires se transforma en una digna metrópoli y define su perfil, posibilitando la construcción de infraestructuras territoriales adaptadas al nuevo rol internacional.
Es por ello que la transformación urbana y edilicia de Buenos aires es llevada a cabo en su mayoría por profesionales, técnicos y mano de obra extranjera. El eclecticismo configura la imagen del Estado moderno en la utilización de revivals conformando las nuevas modalidades del hábitat en la sociedad porteña.
Junto con esta modernización de Buenos Aires convive el surgimiento de una nueva cultura de hibridación entre lo americano que mira hacia Europa como espacio legitimador y oficial y lo europeo marginal y folclórico que insertan en la Argentina, la cultura del inmigrante; ello trae aparejado diversas configuraciones sociales en cuanto a relaciones de grupo, como las colectividades, y su expresión que es de nuestro interés en este trabajo, en la arquitectura como ordenamiento de un mundo donde lo sacro y lo profano se entreveran y resignifican el lugar del hombre en la sociedad.

Lo sagrado y lo profano en el siglo XVIII , XIX y principios del siglo XX

El tipo de ornamentaciones en las fachadas de las casas porteñas de carácter ecléctico y europeizante, nos hablan de un particular interés y de un cambio de mentalidad de la sociedad de la época si la comparamos con las expresiones arquitectónicas y la sociedad correspondiente del siglo XVIII.
Empecemos por el siglo XVIII.
Elegimos la consideración de los retablos mayores de las iglesias católicas en la zona y en otras zonas también dado que no es un componente excluyente para la construcción de la identidad boquense, y no es por otro motivo que el de comprender cual era la significación espacial del hombre de la época. Si pensamos en el momento económico, próspero pero incipiente, en los valores católicos y europeos reinantes, nos es fácil entrever que, aún históricamente siendo una sociedad en conformación y quizá todavía con funcionamiento comunitario, el espacio sagrado por excelencia sea el interior de la iglesia; y con mayor énfasis el espacio último pero primero en importancia, el altar mayor. La ornamentación se encuentra únicamente en el interior, las imágenes de devoción, la magnificencia dentro de una total sobriedad, también son reflejadas en este interior. Estamos frente a un hombre inmerso en un mundo todavía religioso, en donde sus valores imperan por sobre su ámbito privado e individual. Es el hombre público, que se realiza a partir de su comunidad, en este caso católica; experimenta cierta trascendencia a través de lo sagrado y del mundo interior. Mircea Eliade dice al respecto: “Cualquiera sea el contexto histórico en que este inmerso, el homo religiosus cree siempre que existe una realidad absoluta, lo sagrado, que trasciende este mundo, pero que se manifiesta en él y, por eso mismo, lo santifica y lo hace real. (…) Al re-actualizar la historia sagrada, al imitar el comportamiento divino, el hombre se instala y se mantiene junto a los dioses, es decir, en lo real y significativo.”[1]
Toda la existencia del hombre religioso se fundamenta en el constante tránsito a través de ritos que simbolicen el mismo, estos son siempre ritos de iniciación a una nueva vida. Según Mircea Eliade, el centro es el punto de lo sagrado y remite a la creación del mundo; en referencia a este que acabamos de mencionar, no podemos eludir el carácter centralizado del altar mayor. El interior de la Iglesia marca un territorio que lo diferencia del mundo profano y acerca al hombre a los dioses. El interior es un espacio cualitativamente diferente que desde su apertura hasta su culminación en el altar mayor transita, la experiencia del hombre, un recorrido entrañable hacia el sagrado contacto con los dioses.
Con el avance del mundo moderno ya instalado en nuestras tierras, con la diversidad característica de nuestra sociedad y con la creciente transformación de los valores imperantes, ya a fines del siglo XIX se evidencia la preponderancia del espacio profano por sobre el espacio sagrado. El hombre moderno no es un hombre profundamente religioso, experimenta su existencia a través de la posesión material y en relación a lo individual. En una sociedad como la porteña, donde no sólo están en juego los espacios de poder, sino que también se hacen presentes el reconocimiento y la diferenciación de pertenencia a un grupo, se crea un ambiente propicio para el despliegue del hombre profano y de su expresión en el espacio exterior.
Abordamos ahora la significación que adquiere la fachada en este predominio del espacio exterior como expresión de la individualidad.
Si bien el hombre profano, rechaza la trascendencia y la vida religiosa, este no se encuentra en estado puro, es un ideal, más bien se trata de una persistencia residual del mundo sagrado en el mundo profano. La ornamentación presente en la fachada no aparece caprichosamente, es nada más y nada menos, que una ofrenda que hace el hombre para proteger su casa, su hábitat, y para ello recurre a todo tipo de imágenes disponibles en el inventario del arte de la humanidad según sus inclinaciones e intereses. Aún siendo profano necesita protección frente a un mundo en cambio y fluctuante que lo acosa, y que pone en peligro su bienestar adquirido con o sin esfuerzo. El individuo moderno cae en las supersticiones, que no dejan de ser rasgos del sentimiento de lo sagrado, pero transpuesto al espacio exterior, ya que este es en relación a los demás. Es una sacralidad demostrativa, hecha para ser vista por todos pero perteneciente sólo a él; aquí está el mecanismo de diferenciación para con los otros. La fachada no es más que la carta de presentación de quien vive dentro. Es una demarcación, un límite que habla simbólicamente del interior y de los seres que la transitan, siempre bajo la protección de imágenes que filtran lo que no es merecido y que anuncian al mundo, al espacio público y, en este caso ya transpolado al espacio exterior, los aspectos cualitativos del mundo interior y privado. Lo que en el siglo XVIII conformaba el espacio interior, sagrado y público, en el siglo XIX se transporta al espacio exterior y publico, profano no en su estado puro, en representación del espacio privado. Respecto al tema Mircea Eliade dice: “Cualquiera sea el grado de desacralización del mundo al que haya llegado, el hombre que opta por una vida profana no logra abolir del todo el comportamiento religioso. Habremos de ver que incluso que la existencia más desacralizada sigue conservando vestigios de una valoración religiosa del mundo.”[2] La salvación del hombre moderno urbano es un problema entre el hombre individual y su Dios, se resuelve en un ámbito privado, su captación del cosmos se encuentra vedada por el alejamiento de la naturaleza. El hombre es responsable no sólo de Dios sino también de la historia, lo que implica que el mundo para este hombre no sea sentido como creación de Dios, sino como un fluctuante devenir en manos de la razón humana y el progreso de la sociedad.
En el caso de la arquitectura boquense como evidencia del mundo de las márgenes de la ciudad, y como respuesta original a una coyuntura irrepetible, como es la de aquellos tiempos, implica repensar las categorías que Mircea Eliade emana respecto de lo sagrado y lo profano; no sólo dichas categorías sufren una profunda transformación a nivel mundial occidental sino que además adoptan nuevas significaciones en el espacio de los inmigrantes, en su mayoría genoveses, que habitaron la orilla del Riachuelo, en el barrio llamado La Boca.
En el siguiente apartado vamos a desarrollar más específicamente un análisis formal y simbólico de la arquitectura boquense, dado que es el tema central de esta investigación y su respetivo relevamiento.


Aspectos formales y simbólicos de la arquitectura de La Boca

Las construcciones de La Boca a finales del siglo XIX y principios del siglo XX encuentran diversas expresiones estilísticas debido a la amplitud territorial que abarcaba en su momento incluyendo lo que hoy conocemos como la zona de parque Lezama y ciertas áreas del actual Barrio de San Telmo. Recordemos que la zona sur fue habitada en primera instancia por clases pudientes que luego se movilizaron hacia nuevos barrios como lo eran Belgrano, Palermo, Recoleta, sin llegar a ocupar específicamente la rivera del Riachuelo. Por lo tanto hay arquitectura ecléctica que aún hoy perdura, pero que no conforma en su totalidad el acervo cultural y la identidad de la arquitectura de La Boca Con la llegada de los inmigrantes se comienzan a repoblar estas márgenes, y es en este momento donde comienza a forjarse espontáneamente la típica arquitectura de la zona.
Los inmigrantes que se asentaron en el lugar no se encontraron con la América que habían venido a hacer y eso era debido a la no articulación de las políticas inmigratorias entre el país de origen y el de destino. Muchos se dirigieron a zonas más rurales en el interior del país, como por ejemplo la zona de la provincia de Santa Fe, y otros quedaron en los márgenes de la ciudad, es decir en la puerta de entrada y de salida de la ciudad en formación. Estos nuevos habitantes traen consigo nuevas costumbres, hábitos formas de vestimenta, nuevas lenguas y dialectos, aunque estas adquieren en el país nuevas formulaciones y resignificaciones debido a la experiencia del desarraigo.
La mayoría de los nuevos pobladores de La Boca eran de origen genovés y traían consigo una cultura tradicionalmente portuaria, si consideramos que Génova es uno de los principales puertos de Italia. Es decir que las características geográficas de La Boca eran propicias para esta gente que había nacido junto al mar y su puerto. Además de poseer una gran fuerza de trabajo y resistencia, traían consigo diversos conocimientos en lo referente a las artes y oficios; por lo tanto, muchos se dedicaron a la actividad portuaria y otros tantos a ofrecer servicios y elaboraciones artesanales propias, eso hace de La Boca además de un centro portuario, un lugar de talleres artesanales, junto con incipientes fábricas metalúrgicas y astilleros. El trabajo en la Boca es trabajo pesado de gente muy humilde con gran capacidad de lucha y con una cultura política innegable que desarrollará el anarco-socialismo en la Argentina. Es decir, eran trabajadores con conciencia de clase y espíritu de lucha.
Luego de esta breve descripción de la situación de los inmigrantes en la zona podemos comentar en cuáles circunstancias se edifican las unidades habitacionales que desde un enfoque arquitectónico nos interesa destacar.
El terreno de La Boca es muy anegadizo, inundable, por lo tanto muy húmedo y dificulta las tareas de cimentación y basamento de las construcciones, por lo tanto se recurre a la impostación de pilares portantes de más o menos un metro de altura, sobre los cuáles se comienza la platea. Los materiales eran al principio de madera y luego de chapa, sin dejar nunca de ser construcciones precarias en cuanto a su estructura como en su proyección. Por ello, cuando vislumbramos este tipo de construcciones nos da la sensación de que está todo encimado arriba de todo, de un desorden digno de una arquitectura espontánea, rudimentaria y surgida sobre una gran necesidad de poseer un lugar en esta tierra nueva. Otra característica de estas construcciones es la asimetría de las aberturas que revelan un interior repleto de pasadizos y habitaciones a distinto nivel con carácter de agregado según lo requerían las circunstancias.
La tipología de edificación habitacional mejor identificable y más abundante en la zona es la del conventillo, de gran interés para este trabajo, como respuesta original de la zona y una evidencia de la resignificación de lo sagrado y lo profano representativa de la cultura popular de la época.
El conventillo consiste en una edificación que posee numerosas habitaciones mono-ambientes que desembocan en un lugar común, un patio por lo general; podían tener uno o dos pisos por lo general y eran viviendas colectivas donde la mayoría de las veces se producía el acinamiento de la población carente de condiciones de salubridad. Así como idealmente esta tipología tenía sus aspectos negativos también los tuvo positivos ya que en general convivían inmigrantes de diversas nacionalidades, y era este lugar, el espacio de convergencia e hibridación que van a hacer de la Boca un lugar con una fuerte identidad que hay que rescatar.
Respecto de las fachadas podemos rescatar la utilización de chapa acanalada en la mayoría de los casos y la asimétrica y desnivelada disposición de las pequeñas aberturas que transparentan la estructura interior de la edificación. Algunas de las aberturas en general estaban rematadas con artesanales y simples barandas que revelan el oficio de herrería que traían consigo los inmigrantes; dentro de la austeridad de la fachada este elemento de herrería se destaca como elemento de ornamentación, además de su función de seguridad y contención. La orientación de las acanaladuras de la chapa de vista dinamiza la planimetría impuesta por la espontaneidad del muro contenedor que separa el laberíntico espacio interior del espacio exterior que acosa con su hostilidad.
Otro elemento destacable en las fachadas de esta tipología habitacional es la policromía de la que estaban recubiertas; debido a la humildad de sus habitantes, la pintura utilizada en las fachadas eran rescatadas de los sobrantes de las de los barcos; por lo tanto, la aplicación del color era también espontánea. Si un color se acababa a la mitad del muro de chapa se continuaba con otro y así hasta poder cubrirla toda dando la sensación de un emparchado muy colorido que no estaba al servicio de los elementos constructivos y portantes. En la actualidad poco y nada se conserva la policromía original de las fachadas, pero es posible imaginarlo debido a la estereotipación del fenómeno en los lugares turísticos de la zona, donde esta característica se encuentra exacerbada.
Por último en lo referido a la vista exterior de estas edificaciones podemos rescatar los desniveles evidentes entre una y otra, que generan un escalonamiento sin dirección basado en la necesidad de elevar la plataforma de dichas construcciones debido a las inundaciones.
Ahora sí nos centraremos en el análisis simbólico de la estructura espacial del conventillo en relación a lo sagrado y lo profano.
Si para el hombre de Buenos Aires era necesario marcar una frontera ante lo nuevo, ante la inmigración, y esta necesidad era expresada a través de una valuación de la ornamentación en la fachada por sobre el espacio interior, para el inmigrante el espacio interior es un lugar de refugio y de realización continua. La defensa de su lugar en esta sociedad en proceso de amalgamamiento, que en un principio funciona en relación a los campos de poder, como un mecanismo de exclusión, se realiza a través del trabajo duro que realizaban estas personas bajadas del barco, que no sólo se defendían de la hostilidad que implicaba una dura convivencia con la naturaleza- debido a la cercanía al río y a la marginal ubicación dentro de la gran ciudad- sino también con la tecnificación de un mundo hegemónico representado por los de los poseedores del poder que enfatizaban sus diferencias y que miraban a aquella Europa, la misma que había expulsado a los desarraigados inmigrantes.
Por lo tanto podemos intuir que el interior de estos conventillos donde los inmigrantes convivían es de vital importancia para la comprensión de esta extraña configuración espacial y de su significación. El interior centrado en el patio reconstruye un exterior que les es negado para su realización existencial. Es decir no solo el hombre inmigrante se repliega hacia el interior sino que incorpora lo exterior en él. Es notable su importancia si consideramos el género del sainete, de gran auge a principios del siglo XX donde la catarsis del extrañamiento producido entre la población, exacerba, ridiculiza hasta el grotesco las características de los inmigrantes, en su forma de hablar, de comportase y de vestirse, tipificando claramente su origen. El inmigrante es visto en el sainete a través del grotesco, para que la risa producida desanude las tensiones sociales y culturales. Su única inclusión, en un principio, es a través de la ridiculización.
La vida social de estas personas se entrecruzaba en el patio, centralizando su mundo en un espacio profano en su exterioridad y parcialidad, pero residualmente sagrado por su carácter y rol central en la cualidad existencial. Se produce casi por desglose conceptual la idea de entrar al afuera, ser en el afuera interior construido con sus propias manos. Sin abandonar la evidencia de una necesaria inclusión en la sociedad total que responde a la precaria ornamentación de la fachada. La fachada, en estos momentos, para los inmigrantes, no deja de ser importante, pero aparece como un impulso suspendido en el deseo, a la vez que rescata el interior que no es un interior del hombre privado, sino que es un interior colectivo en el que la realización social del hombre puede ser llevada a cabo. El patio es la fusión, y casi una anulación espacial de la dualidad interior-exterior, es la creación de un espacio nuevo que implica todos los órdenes de la vida, logrando una unidad coherente que se hace vital en la identificación de éste con los inmigrantes y constituyente de una identidad propia y fuerte en los márgenes de la gran ciudad, no sólo los márgenes arbitrarios impuestos por los hombres sino en los márgenes esculpidos por la naturaleza.
Por último es interesante repensar la categoría de lo sagrado desde el enfoque que Kusch postula para un arte latinoamericano. El hombre inmerso en la naturaleza –teniendo en cuenta la convivencia de los habitantes de La Boca con el río y sus infortunios climatológicos- que construye una pantalla protectora preservándose de la monstruosidad del exterior natural. La pantalla como conjuro frente a lo tenebroso y acechante; la fachada de chapa acanalada como límite y refugio del mundo natural y social.


Conclusión

Basándonos en el libro de Rodolfo Kusch, “Esbozo de una antropología filosófica americana”, podemos acercarnos a la comprensión de los fenómenos sociales que transforman indefectiblemente el hábitat y las costumbres de la vida urbana en este caso. Hablamos de un diálogo intercultural que plantea problemas; la sociedad porteña se ve afectada, en el mejor sentido de la palabra, por las olas inmigratorias de fines del siglo XIX, así como también ocurrió en primera instancia con la organización estamental en castas de la sociedad del siglo XVIII. La diversidad genera problemas dialógicos de interculturalidad, es decir producen problemas culturales enmarañados por los residuos culturales que los interlocutores generan en el mismo. Por ello es respetable tomar el concepto de cultura como el listado innumerable de los elementos del mundo simbólico en el cual uno se refugia en defensa de las significaciones que lo sostienen. Cultura no sólo es tradición y costumbre aportada por un grupo, sino la defensa de las significaciones concernientes a cada grupo constituyente de una sociedad. La cultura es una defensa existencial ante todo, ante lo nuevo, ante lo incomprensible; creo interesante a modo de conclusión poder encontrar en los pensamientos de Rodolfo Kusch, el camino para comprender nuestro patrimonio cultural como resultado de muchas luchas de grupos, etnias, clases sociales que defendieron su mundo ante la incomprensión del nuevo que les era otorgado. Todos los cambios en la arquitectura porteña desde el siglo XVIII en adelante son el resultado de este fenómeno social, y es allí donde reside la valoración de la identidad propia, no sólo como una mera copia con ambiciones cosmopolitas, sino como respuestas particulares de una sociedad singular.
En relación a la defensa del mundo de un grupo contra otro o viceversa, encontramos estrechamente ligado el tema del domicilio existencial, el lugar, el hábitat que nos sirve de apoyo para esa lucha, es el lugar en donde nos sentimos seguros; recordemos entonces, que significado adquiere el espacio interior de las iglesias, el espacio exterior de la fachada porteña y el espacio dual del conventillo. Estos ejemplos son el resguardo del pensamiento del grupo significado en los símbolos arquitectónicos.
Por último, como conclusión general, es importante tener en cuenta que la arquitectura civil que disponemos hoy en día como patrimonio cultural responde a una arquitectura de elite, de un ámbito de legitimación cultural oficial. La cultura de dominación de clase es la que perdura, si pensamos que la arquitectura precaria de las clases populares se deshizo y lo que, salvo excepciones podemos vislumbrar, es la cara exacerbada y pintoresca de un pasado perecedero pero con una cultura persistente que subyace a la desidia de la indiferencia. De alguna manera es posible establecer que la cultura de elite se corresponde con la arquitectura en pie y la cultura escrita, y para la cultura popular, la cultura oral, le corresponde la arquitectura perecedera. Encontramos, en la expresión de la elite diferenciadora de los otros, la cultura ausente que el viento y la desidia voló y que se encuentra en los escondites de la oralidad.












Bibliografía

Jorge Francisco Liernur, Fernanado Aliata, Diccionario de Arquitectura en la Argentina, Ed.Clarín/ Arquitectura, Buenos Aires, Argentina, junio de 2004.
Rodolfo Kusch, Esbozo de una antropología filosófica americana, Ed.Castañeda-Estudios filosóficos, Buenos Aires, 1978.
· Rodolfo Kusch, Anotaciones para una estética de lo americano, Edición interna, Cátedra Padín, Estética I, IUNA.
Mircea Eliade, Lo Sagrado y Lo Profano, Ed.Guadarrama/ Punto Omega, Barcelona, 1967.
Luis Alberto Romero, Breve historia contemporánea argentina, Ed. Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 1994
Torcuato S. Di Tella, Cristina Lucchini, Teoría e Historia, Ed. Biblos, Argentina, 2000.
León Tenembaum, Buenos Aires: un museo al aire libre,La Ornamentación en la casa porteña,fascículo nº 3, publicado por Laboratorio Elea, Argentina.
Cuadernillo informativo sobre escultura colonial publicado por la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires.

[1] Mircea Eliade, Lo Sagrado y lo Profano, Ed. Guadarrama/Punto Omega, Barcelona, 1967. pp. 169.
[2] Ídem, pp.27.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

MUY BUEN ANALISIS!!!!.. ME ENCANTO...ME AYUDO A COMPRENDER EL POR QUE Y EL PARA QUE DE CADA DETALLE DE ESTAS VIVIENDAS....MUCHAS GRACIAS

Anónimo dijo...

Sorpendido, muy bueno.

Agustina dijo...

Excelente trabajo. Me sirve mucho para meterme en tema. Estoy haciendo mi ultimo trabajo de historia de la carrera de arquitectura, y queríamos tratar de hondar en este tema. Gracias por publicarlo.